Esperando finalizar nuestro artículo de la semana que viene, en el que hablaremos del rodaje del Largometraje documental Tierra Quemada, que produjo Tv On junto con Silence producción y Set màgic Audiovisual, he estado dándole vueltas al post de esta semana, hilando ideas que me persiguen diariamente, todas ellas relacionadas con la escritura, las diversas maneras de narrar de forma honesta y verdadera, la verdad en el cine, etc.
Eventualmente reviso películas que me han impactado por una u otra razón, bien sea narrativa o estéticamente hablando, o ambas cosas. Estos días volví a ver The Visitor, una película estadounidense de 2008, escrita y dirigida por Thomas McCarthy que viene a situarse en lo que podríamos considerar cine social estadounidense.
El guion se concentra en la vida de un hombre solitario de mediana edad, cuya vida cambia cuando se enfrenta con problemas de identidad social, inmigración y comunicación intercultural, después de los ataques del 11 de septiembre en Nueva York. Personalmente me resulta una de esas películas en las que, como trataba de explicar antes, existe una verdad poética que parece flotar por encima de toda la narración. Para mí, las grandes obras de arte existen en un nivel en el que no puedes ver al director o al artista llegando a las ideas. De algún modo toman proporciones bíblicas, parece que siempre hubieran existido, no puedo ver los mecanismos; no puedo ver al director pensando. Se siente como si esos relatos hubieran caído del cielo.
The Visitor es una de esas películas que me gusta revisar una y otra vez, como si haciéndolo fuera a encontrar la verdad del hecho narrativo, de la conexión con la vida del autor por algún lugar, el secreto al fin y al cabo que pone de nuevo un final a esta noción del realismo en el cine.
No pienso que exista algo así como el realismo o una cosa cien por ciento real, en el cine o en el documental. Al final, el cine es una mentira y las mentiras son buenas si eres un buen mentiroso, pues hay algo mucho más grande que el realismo y es La verdad en el cine, en la narración, en la historia y en todo eso junto, una verdad llena de subjetividades y que por esa misma razón tiene vida por sí misma y le otorgamos el nombre de Creación, en el sentido originario de la vida.
A veces estoy convencida que la producción debe estar marcada por el ritmo vital de un director, que sus vidas deben tener el hálito de sus filmes, sino no le encuentro el sentido, no me lo explico. Podemos decir que en el fondo toda obra de creación no es más que en mayor o menor medida una tentativa de psicoanálisis, y todo escritor de creación, un psicoanalista que se analiza a sí mismo, como así puso en solfa Freud en casi toda su obra.
Hay en el acto creativo, una fuerza que golpea nuestra propia experiencia cotidiana como si ella fuera una extensión proyectiva del espacio fílmico. Por eso creo que entramos y salimos de la creación, en constante espera de la restitución del vaho de autenticidad que pueda reconectarnos con la capacidad de producir un relato.
Cuando entramos en escena es porque algo de nuestra vida ha sido expropiado en la experiencia fílmica. Hay un gesto nietzscheano en las grandes obras, una conversión dramática del espacio subjetivo; sacar oídos de las palabras, hacerlos sangrar como hematomas, lo q sea, pero hay algo siempre. Sin embargo, para que la experiencia se entrelace con la obra no hace falta en absoluto la entrada galopante y majestuosa de las tropas del imperio bizantino en la historia, ni una quema del Reichstag, basta tan solo, una estancia en la cotidianeidad inmediata de una ciudad igualmente trivial como en The Visitor.
Thomas Joseph McCarthy (1966) es un actor, director y guionista de cine y televisión en Estados Unidos, ganador del Premio Óscar por el mejor guión original, el Premio Bafta por el mejor guión original y diversos premios de la crítica, gracias a su película Spotlight. Comenzó su carrera profesional en 1992 y desde entonces nos ha regalado pequeñas joyas siempre relacionadas con la implicación del individuo en la sociedad y sus consternaciones con ella. Películas muy honestas y narradas siempre desde una gran humanidad y autenticidad.
The Visitor, parte de una idea muy básica para abarcar en toda su genialidad el sentido de la compasión y la tolerancia. Walter Vale (Richard Jenkins), un profesor universitario de Connecticut que viaja a Nueva York, se ve envuelto en la vida de una joven pareja inmigrante a la que encuentra viviendo en su apartamento de Manhattan, un piso que apenas visita. Tarek (Haaz Sleiman), un músico sirio, y Zainab (Danai Jekesai Gurira), su novia senegalesa, viven allí porque alguien les ha alquilado el apartamento, haciéndose pasar por el dueño.
A partir de ahí la convivencia de ambas culturas (la de Walter y la de la pareja de inmigrantes, que a la vez provienen de diferentes culturas.) se vuelve un auténtico aprendizaje para ambos lados e incluso un encuentro con la verdad que le pertenece a cada uno de ellos, esa verdad de la que hablábamos que nace del autor y que sin ella la obra carece ya no de todo sentido, sino de toda expresión divina, de toda autenticidad.